viernes, 5 de septiembre de 2014

Un día afuera de la cueva

Es 1809, nacen Abraham Lincoln y Edgar Allan Poe, muere Joseph Haydn y Napoleón es derrotado en una partida de ajedrez por un robot. 

Seguro 1809 fue un año intenso, lleno de tensión política y una guerra de independencia en España apenas comenzando. 

Es 1809,  en el bello palacio de Schönbrunn, Napoleón Bonaparte, genio estratega de una época donde donde ser brillante en el campo de batalla lo era todo, es vencido por una máquina, vencido por un robot jugando ajedrez. 

Espera!, ¿Dijiste robot?

Si.

"El Turco".


El Turco o "Los robots también tienen #SWAG con disfraces de Santa"

Fueron veinticuatro movimientos. Los últimos hicieron que Bonaparte sudara frío, que la gente se estremeciera ante semejante horror. Una máquina había vencido al hombre.

Creada por Wolfgang von Kempelen, inventor y ajedrecista eslovaco, la máquina se convirtió en una fuente de misterio que dejaba perplejas a todas las personas testigos de su proeza. Ganaba, la mayoría de las veces, era perfecta y su mecanismo parecía imposible en aquel mundo lejano de 1809, salvo por un pequeño detalle, que El Turco era una estafa, una "máquina" que engañó a una generación de ingenieros y científicos y los dejó rascándose las cabezas en completa ignorancia.

Fue bastante sencillo colocar a un hombre debajo de la mesa, fue aún más sencillo mover las piezas, y al parecer incluso fue sencillo vencer a Napoleón.

No fue un robot, pero ¿entonces qué?

Pudo haber sido el destino, tal vez incluso Bonaparte no prestó interés al "autómata" o tal vez ocurrió algo ese día, ¿es posible que Napoleón haya tenido miedo? 

Por supuesto un hombre de estrategias victoriosas jamás le temería a un cacharro que funcionaba con cuerda, pero ¿es posible que le temiera a la posibilidad de ser vencido por una máquina?, ¿por un artilugio barato sin cerebro ni "alma"?, yo pienso que sí.

Es completamente distinto y mil veces más complejo de lo que parece, pero es justamente lo que hacemos los seres humanos, especialmente con nosotros mismos. Tememos a aquello que podría ocurrir porque así funcionan nuestras mentes lo queramos o no, la evolución nos ha traído hasta el punto en el que debemos pensar para sobrevivir. Porque en pensar se encuentra la clave fundamental de las cosas que conocemos; economía, salud, tecnología, ciencia, entretenimiento, placer, educación, bienestar. TODOS ellos se centran en lo mismo, en pensar, en saber, en saber pensar, en pensar saber. 
No hay otro organismo que lo haga, al menos no de la forma tan "perfeccionada" que hemos optado por seguir. Un camino que va desde pensar hasta predecir, y en el predecir se encuentra la posibilidad, aquella palabra con la que se puede describir lo desconocido, nuestro temor más importante y que impone límites (en muchos casos) sin sentido. 

Pero la máquina es el enemigo principal del humano, su némesis y su primogénito, ¡¿cómo no adorarlo?!

Lo amamos cuando lo limitamos, cuando sabemos que nuestro lindo hijo está seguro en su cuna, no tememos a nada porque está encerrado, lejos de los peligros que conllevaría poner en sus pequeñas manos algo punzocortante. 

Nos aterroriza la idea de un bebé que haga las mismas cosas que los adultos, ¡porque carajo!, ¿a quién no le daría miedo un bebé hablando?

Eso son justamente las máquinas, bebés, hechos a imagen y semejanza de su creador. Con un propósito limitado que ignora cualquier cosa que hagan los adultos.

Bajo ese dilema vivimos nuestra tecnología. Es evidente la integración tecnológica que se ha dado los últimos años, pero aún estamos lejos de abrazar la idea de una integración verdadera.

Hoy día tenemos a nuestra disposición robots con capacidades sin precedentes, y los ocupamos para la industria, para la nunca cambiante industria en masa que ha existido desde hace cientos de años. 


Bueno, la industria deja de sonar mala si hay Poptarts involucradas.

Usamos máquinas para armar y para seguir una secuencia por medio de programas especializados, con colores monótonos y diseños cuadrados y cada vez más confusos, cerrando poco a poco la ventana para aquellos curiosos que se preguntan cómo funcionan estas cosas.

Estamos retrocediendo.

Es realmente increíble la forma en la que ha evolucionado la robótica a lo largo de los años. Pasar de bulbos y motores de cuerda a la más alta tecnología como la contundente computación cuántica que nos ha dado la milicia. Máquinas capaces de correr como Chitas o incluso con la habilidad de desplazarse como una medusa por los aires. No sabemos a ciencia cierta lo que nos traerá el futuro de la robótica, pero podemos hacernos a la idea que cada vez éstas máquinas se volverán más orgánicas, más independientes del ser humano, incluso, más cercanas a nosotros mismos.

Ups! El miedo, ahí viene el miedo. Un temor irracional a que nuestros hijos crezcan. Los escalofríos recorren nuestras espinas cuando pensamos en ello. Nuestros bebés tarde o temprano tendrán que parecerse a sus padres, no importa qué tan feos sean.

Ya tienen piernas, brazos, cerebros, ojos, oídos. Uhm, algo falta, tal vez algo más flexible y más adaptable, algo más orgánico.


 La razón por la cual lo orgánico gobierna los nuevos diseños es muy simple. Los mecanismos orgánicos siempre han predominado la existencia y lo seguirán haciendo hasta que llegue el momento en que superemos ese diseño. El tener que competir con los trazos sensatos y brillantes de la naturaleza es el gran error del humano, y es justo aquí cuando se aplica la frase, "si no puedes con tu enemigo, únetele". No se puede luchar contra aquello que es innegablemente perfecto. La robótica necesita seguir con esa premisa evolutiva para poder superarse así misma, ir sustituyendo los engranajes y los tornillos cada generación por piezas integradas más y más a un todo. Llegar a que en un momento las células artificiales sustituyan las piezas que constituyen un mecanismo, crear un software más etéreo y cambiante, evolutivo.

Tal vez se trate de un sueño lejano a ser alcanzado, pero del diario los avances de la ciencia dan pasos agigantados que aplastan de poco en poco las expectativas más pesimistas. 

DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa por sus siglas en inglés, año con año organiza concursos de talla internacional con el único objetivo de agrandar su horizonte. Jóvenes estudiantes con sueños de transformar al mundo con sistemas mecatrónicos han demostrado sus capacidades sobrehumanas para crear cosas fascinantes.

En los más recientes concursos caza-talentos de DARPA, ha destacado el diseño de la firma de ingeniería y robótica Boston Dynamics, con su prodigiosa creación: ATLAS.

ATLAS es el acercamiento más adecuado al robot ideal, al menos en sus fundamentos mecánicos la innovación de Boston Dynamics es una de las más radicales en la actualidad. La conveniente combinación de la dinámica del cuerpo y el uso de mecánica avanzada permite un balance entre movimiento natural y precisión, éstos dos últimos los considero de suma importancia, puesto que el uso de ambos permitirá un avance significativo en la forma de movimiento de los robots futuros. 

Ejemplo del control que tiene ATLAS sobre su propio equilibrio.
Son fantásticos los progresos de los que han sido capaces los desarrolladores de Boston Dynamics. Sus más recientes creaciones han dado saltos inmensos jamás antes predichos por ningún futurólogo. 

Claro, se sabía que algún día llegaríamos a construir una máquina lo suficientemente compleja como para emular el movimiento de un humano, pero no se esperaba desarrollar otras máquinas que copiaran el modo de andar de animales complejos como los perros:

Big Dog, de Boston Dynamics, o la prueba de que los robots twerkean mejor que Miley Cyrus.

...con unos reflejos que dan miedo:


Permanece estable en terrenos de condiciones cambiantes, Big Dog seguramente será el modelo de los futuros robots de rescate y de uso militar.

Un "caballo de rescate" que nunca se caerá, que nunca se cansará, que difícilmente se tropezará. Ese es el fin de la integración orgánico-robótica, un equilibrio que brindará un desempeño sin igual.

Y seguramente también le daría miedo a Napoleón.
"NUNCA!!!!!!!"
Lo orgánico es la vanguardia, o en su defecto, el único camino.

La Universidad de Carnegie Mellon ha desarrollado un robot modular en forma de serpiente. La razón por la cual optaron por la serpiente, era la habilidad natural del animal para trepar árboles, de esa manera lograron hacer un robot funcional, adaptable y que realmente se ve cool.
El diseño modular de la serpiente permite superar las capacidades de los robots con ruedas, al brindarle a cada módulo múltiples grados de libertad para actuar de formas variadas e independientes.

Limitarnos a formas antropomórficas es el error más grande que podemos cometer, y es justamente el que la empresa visionaria FESTO ha sabido evitar desde su creación. FESTO ha hecho trabajos impresionantes desde el punto de vista del diseño, basando sus máquinas en animales y en movimientos orgánicos y hermosos. 

Diseño del Bionic Handling Assistant de FESTO, y su inspiración natural.
Así es, un diseño hermoso que abre el camino a nuevos horizontes mucho más grandes de lo que pudimos imaginar inicialmente. 

Aplicaciones quirúrgicas, industriales, educativas, los límites poco a poco desaparecen.



También está la FESTO Flying Manta Ray, cuyo diseño inspirado en el movimiento natural de las manta rayas le da un giro completamente distinto al concepto de "robot volador".


El diseño Mantarraya de FESTO, o "secándome las manitas porque no hay toalla"

Espero que con los ejemplos ya mencionados, el lector se dé cuenta de qué es lo que me apasiona.

El balance.

Un balance increíblemente hermoso del que estoy seguro, todos nosotros sacaremos provecho en el futuro. El punto sustancial de esta entrada es enfatizar la necesidad de "pensar afuera de la caja" y perder el miedo nato a lo desconocido.

Recuerdo una pequeña historia que me contó mi maestra de filosofía, se trataba de la Alegoría de la Caverna de Platón.

Prisioneros habían sido encadenados desde su nacimiento en una cueva, siempre viendo al mismo muro. En el muro se proyectaban figuras, sombras que les recordarían qué había afuera de la cueva para que no enloquecieran. Pero eran eso, meras sombras. Nunca vieron los colores, o sintieron las texturas, tan solo eran limitados a ver las siluetas de árboles, flores, personas, en fin, los pobres prisioneros nunca podrían saber lo que era el verde de un árbol o el aroma de una flor. 

¿Qué pasaría si uno de los prisioneros saliera de la cueva?

El prisionero estaría en contacto por primera vez con aquellas siluetas con las que había vivido toda su vida, podría tocarlas, escucharlas, apreciarlas, olerlas, y si tuviera que regresar a la cueva, nunca vería esas sombras de la misma manera, querría más, más conocimiento, y el poco conocimiento que tendría, sería una bomba si se lo compartiera a sus compañeros prisioneros.

Esa historia me cautivó bastante, porque es la forma en la que de una manera u otra vivimos los seres humanos. Encadenados a un sistema educativo, moral, religioso y social que sólo nos puede encerrar en una cueva, forzándonos a ver las mismas siluetas una y otra vez, y así sin descanso, aceptarlas y abrazar la idea del prototipo que debemos seguir.

Es Napoleón teniendo miedo al Turco, aunque la máquina es una farsa estoy seguro que un día dejará de serlo. 

Porque llegará el día en que logremos hacer que no haya un hombre moviendo las piezas debajo de la mesa, llegará el día en que las máquinas superen el intelecto humano y será (estoy seguro) la misma época en que dejarán de ser rígidas y frías y pasarán a ser más orgánicas.

Conoceremos de qué son capaces y habrá una transición crucial para la humanidad. Pasaremos del miedo injustificado al amor a la máquina. Porque una vez que veamos qué hay allá afuera, nunca veremos el muro y las sombras con los mismos ojos.

Sólo nos falta estar un día afuera de la cueva.





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